Runas de plata que se
dejan ver ruidosas en su chispa de luz: alcanzan un chamizo con
lengua hechizada y revolucionan la piel con su remisa.
Bajo el sol del hastío,
ahora maduro, se tuestan las márgenes del sebo y turban también los
sueños. Caminamos bajo un oscuro signo y eso roma las espadas. Es
necesaria ya la pólvora, aunque resulte más romántico el recuerdo
del acero.
“Ley de vida”, dicen
algunos.
Retomamos el descuido para
hacerlo nuestro y poder quejarnos de la hambruna de adolescencia.
Aureolas y peces se abren
paso precognizando balsas de aceite piadosas. “Amor”, dicen sus
lenguas. Pero solo vemos miradas al tendido.
Corbatas y ojuelas de
hojaldre tiznan de soserío las estancias públicas. “Confianza”,
reclaman al vacío. Pero son leídos, no improvisados.
Pies jóvenes y mudas de
goma persiguen una liebre de carbono y nylon. “Respeto”, lloran
ante las huestes que desean sangre. Pero la hartura tiene sed de
humanidad.
Anclas de castro, miras en
tierra, rudis romana y pausa dramática.
Amargura libre de ser
degustada.
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